Cuando la dama de la guadaña se lo llevó, más de un
programador de festivales debió sufrir un colapso al ver desaparecer a una de
las gallinas de los huevos de oro más rentables. Miles Davis pertenecía a esa
categoría de músicos que llenan recintos año tras año, eso sí, sin repetirse
nunca.
Para reniego de los puristas que se la cogen con papel de
fumar, Miles se desmarcó del tradicionalismo, para demostrar que el jazz es una
cosa viva que se nutre de constantes aportaciones (el funk y los ritmos urbanos
en su caso), y creó un sonido que, siendo maliciosos, podríamos decir que
sobreviviría perfectamente sin su trompeta.
Producido por el propio Miles durante los conciertos de su
última época (del 88 al 90), en ciudades como New York, Roma, Montreux y Osaka,
Live Around The World (Warner, 1996) recoge algunas de sus mejores
interpretaciones en directo. En la mayoría de los cortes, se acompaña de una de
sus mejores formaciones, con el saxo Kenny Garrett, el excéntrico
bajista/guitarrista Foley, y el batería Ricky Wellman, procedente de los Soul
Searchers del pope Go-Go Chuck Brown.
Fiel retrato de lo que el trompetista
ofrecía en vivo, el disco incluye blues à la Miles (New Blues), dignificaciones
de pop de derribo (el Time After Time de Cindy Lauper o el Human Nature del
bobo Jackson, desfigurado hasta alcanzar la excelencia), y funk irresistible (Intruder,
Wrinkle, Full Nelson).
Está muy bien que un artista siga editando discos después de
muerto pero, puestos a rescatar grabaciones de Miles, ¿qué me dicen de sus
colaboraciones con Prince? Como esta, por ejemplo...
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