29/12/14

Gafapasta, sí; indie, para nada

Lo prometido es deuda. Hace tiempo dije que me leería Indies, hipsters y gafapastas. Crónica de una dominación cultural (Capitán Swing, 2014) de Víctor Lenore y escribiría mis impresiones al respecto. Pero antes de empezar, unas cuantas consideraciones (algunas de las cuales ya he expresado públicamente en más de una ocasión en las redes sociales):

1. Creo que en una profesión tan devaluada últimamente como es la del periodismo cultural siempre es una buena noticia que un colega escriba un libro, sea del tema que sea. Por eso, nunca he entendido la polémica que se formó con este “panfleto” (en palabras del propio autor) y por qué una inmensa mayoría de profesionales del ramo se cebaron con él (algunos sin haberlo leído), centrándose solo en las afirmaciones más anecdóticas y más provocadoras, y dejando de lado su verdadero mensaje. Intento encontrar una explicación a este fenómeno –que no pasa, por ejemplo, cuando alguien escribe un libro sobre un grupo indie o un superventas, da igual- y solo se me ocurre una explicación: en el fondo, muchos de los que condenan el libro están de acuerdo con lo que dice, pero les molesta que otro se les haya adelantado. O simplemente, están de acuerdo y no se atreven a reconocerlo públicamente. Por otra parte, ese ataque me parece una falta de respeto a un periodista que, para mí, es un excelente entrevistador (aunque no le perdono el “estropicio” que hizo con Santiago Auserón, a quien yo le habría sometido a un cuestionario totalmente distinto). De todas maneras, con todos esos ataques y puñaladas traperas ha conseguido que Indies, hipsters y gafapastas sea el libro más comentado del año.

2. Esto no pretende ser una crítica: solo intento hacer unas cuantas observaciones sobre aspectos con los que no estoy demasiado de acuerdo y que, dicho sea de paso, son pocos. Cuando lo leía me lo tomé en serio y tenía preparada una libreta para ir escribiendo anotaciones: de las 155 páginas que tiene, solo encontré discrepancias en 9. Haciendo un cálculo chapucero, eso se traduce en el siguiente dato: solo difiero en un 5,8% (o dicho de otra manera, estoy de acuerdo con lo que dice en un 94,2%).

3. Por último, quiero dejar claro que las opiniones aquí vertidas las hago como profesional independiente y como individuo de la calle: no represento absolutamente a ninguna empresa.

Tras este preámbulo, paso a desglosar los aspectos del libro con los que menos coincido:

- En la página 69, se reproducen unas declaraciones de Kim Gordon sobre el resurgimiento a mediados de los ochenta de grupos de rock con raíces en los Estados Unidos. Eso lleva a Lenore a relacionar esta corriente y la del neocountry con el patriotismo yanqui: “La cosa creció con la llegada de los 2000 y la marea de artistas neocountry. En solo veinte años, el underground pasó de quemar cartillas de reclutamiento y banderas a ondearlas con orgullo”, escribe. Un craso error y un análisis muy superficial.

En primer lugar, el “neocountry” no surgió en los 2000, sino a mediados de los ochenta, y apareció, precisamente, como una reacción a la maquinaria de Nashville y al country patriótico, estereotipado y edulcorado, proponiendo una vuelta a las raíces con una energía más propia del punk. Posteriormente llegó el alt. country, que llevaría el estilo a extremos más radicales, con la incorrección política por bandera, apología de las drogas, recuperación de temas tabú como las murder songs, etc. Los sellos creados en torno al alt. country (Bloodshot sería su escudería más representativa) siguen siendo, a día de hoy, más indies que el mitificado Sub Pop. Y, que yo recuerde, ninguno de los artistas de Bloodshot ha actuado en los festivales indies, ha sonado en anuncios televisivos y la atención que se le presta en los medios hipsters es limitada.

En cuanto a la recuperación de las raíces norteamericanas frente a la estética británica, como también apunta Kim Gordon, es algo perfectamente lícito y para nada censurable. Los Estados Unidos ya sufrieron la nefasta British Invasion, que no solo explotó el legado afroamericano y lo hizo digerible para las masas (con los Beatles y los Rolling Stones como máximos ultrajadores), sino que acabó con parte de la industria: se cerraron estudios y los músicos se dispersaron. Una opinión que no es solo mía, sino que me corroboró Willy DeVille cuando le entrevisté en 1992: “Cuando los Beatles vinieron a América, y creo que eso pasó en 1964, fue el principio de la etapa oscura. Todos estos fantásticos artistas norteamericanos no podrían trabajar más: tenías que ser inglés para ser famoso. Esto fue realmente perjudicial para los artistas estadounidenses. Los ingleses pueden robar esta música a través de la moda, la propaganda. Soy muy militante cuando me pongo a hablar de lo que los ingleses han hecho a la música, porque la han llevado a una especie de punto muerto. Después de los Beatles, en los primeros sesenta, la gente empezó con la psicodelia, se dejó el pelo más largo… De hecho, los Beatles eran muy buenos compositores, pero gran parte de su material era una moda, una mierda. Solo querían ganar dinero”. Más claro, imposible.

- En la página 71, Lenore habla del desprecio que sufre Manu Chao por parte de los hipsters. Aparte de que no me considero hipster en absoluto, sí confieso que no me gusta Manu Chao, pero por motivos únicamente musicales: se ha convertido en una caricatura de sí mismo que repite fórmulas de la misma manera que lo hace Jarabe de Palo. El ejemplo es extremo, lo sé, pero canciones como Me gustas tú son, musicalmente, hablando, una tomadura de pelo. Por no hablar de la nociva influencia del exlíder de Mano Negra en varias generaciones de grupos de lo que podríamos llamar “fusión chunga” y que tienen su epicentro en Barcelona y, más concretamente, en el barrio del Raval, generando aberraciones como el “sonido Raval” y mezclas tremendamente indigestas y repetitivas. No hace falta decir nombres.

- En la página 77, bajo el título de "Apartheids culturales", Lenore cita a los jóvenes periodistas que se “ofenden” por entrar en contacto con artistas que gustan “a gente corriente”. Sinceramente esa actitud –que no niego que pueda existir- más allá del hipsterismo es de ser gilipollas y mal profesional. Siento personalizar mi argumentación (bueno, es lo que hace Víctor, ¿no?), pero a lo largo de mi carrera he entrevistado a todo tipo de artistas -de los más mainstream (El Fary, Azúcar Moreno, Europe, Bertín Osborne, Jean Michel Jarre, Gipsy Kings, Roxette, Simply Red, Bryan Ferry o Pet Shop Boys) a los menos conocidos por el gran público (El Vez, Arrested Development, Defunkt, k.d.lang, John Hiatt, Public Enemy, Run DMC, Living Colour, Afrika Bambaataa o Henry Rollins)- y a todos los he tratado igual. Ante todo es una cuestión de respeto por el artista, te guste o no. Recuerdo que el citado Osborne se sorprendió de que hubiera escuchado su disco; pues no solo eso, sino que además acabamos hablando del neocountry y de Dwight Yoakam y Randy Travis. De la misma forma, he entrevistado a grupos llamémosles indies que no me gustaban nada, pero eso no me ha influido ni ha condicionado: nunca he llegado a enfrentarme con artistas como otros han hecho con cuestionarios abiertamente ofensivos.

- En la página 83, Lenore me pone en un brete con unas afirmaciones que respaldo totalmente y otras no tanto. Vayamos a las primeras: qué gran razón tiene cuando afirma que “grupos de culto como Radiohead, Animal Collective o Tortoise nos cuelan los mismos trucos pseudoexperimentales que dinosaurios progresivos como Yes, Pink Floyd o Supertramp”. En cuanto a su mención a Lucinda Williams“nos partíamos de risa viendo videoclips de Bonnie Tyler, pero pagamos cuarenta euros por los conciertos de la diva country Lucinda Williams, que tiene un registro vocal similar y unas letras en gran parte intercambiables”-, aunque soy bastante fan de la de Louisiana, no le niego parte de razón, sobre todo si comparamos sus discos más recientes con los primeros de su carrera.

Pero en la misma página, por lo que ya no paso es por eso de que Una historia verdadera es la “presunta obra maestra" de David Lynch. No sé de dónde habrá sacado Lenore esa idea, ya que esa película se basa en hechos reales y, por tanto, no parte de una historia del director. Y en el fondo, hay que reconocerlo, por su temática podría ser perfectamente un telefilme de sobremesa de los domingos.

Otra discrepancia unas líneas más abajo: reducir a los protagonistas de Mad Men a personajes de Corín Tellado es una falacia. Lenore ignora u olvida, en este sentido, las influencias de grandes directores como Billy Wilder y Douglas Sirk, autores de obras maestras del cine. Por otra parte, es comprensible el éxito de una serie que evoca una época donde no se conocía la asfixiante “corrección política” actual, eminentemente individualista y competitiva, de acuerdo, pero también muy creativa.

- En la página 91, titulada “Diplo como icono del saqueo posmoderno”, Lenore parece olvidar que la apropiación de músicas “minoritarias” no es una práctica nueva. Elvis Presley, los Beatles, los Rolling Stones, Eric Clapton… todos ellos se apropiaron de la música negra, del blues y del rhythm’n’blues, y lo embellecieron para el gran público blanco. La diferencia es que Diplo cuenta con herramientas tecnológicas que facilitan su saqueo, pero no ha inventado nada (ni siquiera el propio hecho del “robo”).

- En la página 112, el autor afirma que “basta comprobar la diferencia de trato entre el mitificado artista country folk gringo Johnny Cash y el totalmente olvidado Víctor Jara, un doble rasero donde se mezclan prejuicios políticos y raciales”. Alto ahí: primero, antes de que Rick Rubin resucitara la carrera de Johnny Cash y lo presentara a un público joven e indie, en España era un total desconocido y, probablemente, la situación era justamente la inversa; era Víctor Jara el artista admirado, en plena dictadura, por razones obvias. Por otra parte, ciñámonos a lo estrictamente musical: las canciones (y los artistas) surgidas en una determinada coyuntura política y social tienen, nos guste o no, fecha de caducidad. Esto sirve para todos los cantautores y todos los himnos surgidos en el franquismo: ya no se aguantan, ya han perdido su vigencia. Esto no quita el carácter político de las canciones; al contrario. Lo que no puede hacerse es protestar contra la corrupción, la injusticia o los desahucios de 2014 utilizando himnos del siglo pasado; hay que componer otros nuevos que, desgraciadamente, ya estarán obsoletos dentro de diez, veinte años. En cambio –y pese a reconocer su ideología digamos “dudosa”, algo que se desprende leyendo su biografía-, las canciones de Johnny Cash han perdurado y seguirán haciéndolo durante décadas.

- En la página 123, “¿Vanguardias o borregos?”, Lenore cita Twin Peaks como el arranque de la cultura hipster. Esto si que no se sostiene de ninguna manera. En primer lugar, en España no solo lo emitió una cadena comercial, sino la más hortera y chabacana del momento, Telecinco, en la misma época de las famosas Mama Chicho. Cómo llegó a comprar la marcianaza de Lynch es un misterio, de la misma forma que, años después, tuvo el acierto de programar Expediente X. (Recuerdo que, en su momento, se dijo que era un intento de “dignificar” su programación). En segundo lugar, Twin Peaks se convirtió en un fenómeno de masas: fue portada en varias revistas, se publicaron libros… ¡y hasta apareció una colección de fascículos con los VHS de la serie! Así que, de serie de culto y minoritaria, nada de nada. Lo único minoritario fue el público que aguantó hasta el final y que la entendió.

- En la página 140, Lenore describe la tienda de Discos del Sur en Madrid como un paraíso indie elitista y esnob. Parece desconocer el boletín que editaban, La guía de las otras músicas, donde diversos especialistas (entre los que me encontraba, junto a otros compañeros como Luis Lles y Luis Lapuente) comentaban discos de esos estilos que son despreciados por la prensa y el público indie: africana, latina, reggae, soul, jazz, “ritmos del barrio” (rap y raggamuffin), techno y música de baile en sus múltiples variantes, country y blues. ¿Dónde está ahí el elitismo esnob?

- Por último, en la página 146 se encuentra la afirmación que, esta sí, ha hecho que me desternillara: ¡citar a Els Amics de les Arts como grupo indie, en el mismo saco que Belle & Sebastian!

Para terminar, mencionaré los que creo que son los dos errores principales de Indies, hipsters y gafapastas. El primero, considerar el individualismo como algo negativo. El mundo de la ciencia y del arte (y de la música, claro) está lleno de ejemplos de grandes genios que siempre han trabajado solos (su carácter perfeccionista les imposibilita para colaborar con un equipo). Pero la paradoja reside en que los hipsters no son individualistas: en el fondo, aunque quieran ser distintos, son todos iguales. Es el mismo sentimiento de los que solo escuchan los 40 Principales, las fans fatales de los grupos adolescentes o los obsesionados por el reggaetón: a su manera se creen únicos, pero todos son igual de borregos y anhelan pertenecer al rebaño.

El segundo error no es nuevo, y afectó en los años setenta a una gran mayoría de la crítica cinematográfica en España, con revistas como Dirigido Por: esa fobia antiamericana (antiyanqui, sería más propio) que destrozaba cualquier película solo por el hecho de haber sido rodada en Estados Unidos con actores conocidos, para reivindicar un cine europeo o asiático aburrido y amateur o que te tomaba directamente el pelo (estoy hablando del sobrevalorado Godard, por ejemplo). Esos mismos críticos que podían exclamar, sin apenas despeinarse, un “qué bien que se ha muerto Truffaut” porque representaba al “enemigo”. Con el tiempo, la prensa cinematográfica evolucionó y se dio cuenta de su error. El panfleto de Lenore desprende ese tufillo antiyanqui (o antianglosajón, lo mismo da) que se basa más en “prejuicios políticos” (utilizando sus propias palabras) que en términos de calidad. Aunque hablar de calidad en la cultura sea algo tan subjetivo como proclive a la discusión. Pero de ahi a ponerse a reivindicar de repente a Ismael y la Banda del Mirlitón hay un paso, y tal vez no es necesario llegar a esos extremos.

25/8/14

¿qué quiere decirme Steve Earle?

Llevo un par de días escuchando “Train A Comin’” (1995) de Steve Earle una y otra vez. “Vuelta y vuelta”, como decía mi ex cuando viajábamos en su coche y no dejaba de sonar “En la imaginación”, el disco de Sílvia Pérez Cruz junto a Javier Colina que le regalé –y su mejor trabajo, por cierto, pese a quien pese-.

¿Tendrá algún significado? Raramente me pongo un mismo CD dos o tres veces seguidas, pero es que “Train A Comin’” es algo extraordinario, una obra con la que he conectado de forma especial en estos días aciagos.

Una vez liberado de sus demonios personales (adicciones variadas, cárcel…), Earle editó este disco a su gusto, totalmente personal, que marcó su declaración final de independencia de la factoría de Nashville, y mostró a un artista que regresaba a sus raíces y volvía a comenzar. Con exquisitos arreglos acústicos, un plantel de virtuosos de las cuerdas (Peter Rowan, Norman Blake y Roy Huskey Jr) y Emmylou Harris a las armonías vocales, recuperó canciones compuestas antes de los ochenta.

Su genio narrativo brillaba en tremendas baladas como la emotiva “Goodbye” o “Sometimes She Forget”, en el country-blues irónico de “Hometown Blues”, en la épica fronteriza de “Mercenary Song”, en las story songs “Tom Ames’ Prayer” y “Ben McCulloch” y en el hillbilly retro de “Mystery Train Part II” y “Angel Is The Devil”, compuesta “durante mis vacaciones en el ghetto”.

Y junto a sus magníficas composiciones, bordaba versiones de Townes Van Zandt (“Tecumseh Valley”), de artistas tan odiados por mí como los Beatles (“I’m Looking Through You”) y hasta del famoso “The Rivers Of Babylon” (otro de los temas que incluiría en mi ranking de “Canciones que aborrezco con toda mi alma”, pero que Steve transformaba en algo digno). Por si alguien lo dudaba, Earle dejaba claro que "este no es mi disco unplugged... Dios, ¡odio a la MTV!".

Por alguna extraña razón, no puedo quitarme de la cabeza este disco de resurrección y redención de un artista que reivindica con orgullo su talento entre la mediocridad reinante. Repito la pregunta: ¿tendrá algún significado oculto? ¿Debo leerlo/escucharlo entre líneas como una dirección a tomar en un momento en que mi vida va a la deriva? Ni puta idea…

23/7/14

mi disco preferido de Charlie Haden

El contrabajista de jazz Charlie Haden murió el pasado 11 de julio, y es muy difícil resumir una carrera como la suya o escoger uno de sus discos. Pero cada uno tiene sus gustos personales, y en mi caso lo tengo muy claro: "Sophisticated Ladies" (Emarcy, 2011).

Tras un sorprendente disco de bluegrass -"Rambling Boy" (2008)- y su colaboración con Keith Jarrett -"Jasmine" (2010)-, Charlie Haden volvía al frente de su Quartet West (con Ernie Watts al saxo, Alan Broadbent al piano y Rodney Green a la batería) para entregar otra muestra más de su fascinación por el cine negro, con una portada retro que rendía tributo a las femme fatales del género.

Según se explicaba en los créditos, el álbum se concibió como una secuela de “The Art Of The Song” (1999), donde el cuarteto contó con Shirley Horn y Bill Henderson. La diferencia fue que, en esta ocasión, se acompañó de algunas de las vocalistas más destacadas del momento –aunque, a título personal, echaría en falta a Stacey Kent, Madeleine Peyroux y hasta a Dayna Kurtz-, para defender una colección de apasionadas torch songs. Entre las afortunadas brillaban la cálida Melody Gardot (con la romántica "If I’m Lucky"), la todoterreno Norah Jones (rebosando intimidad en "Ill Wind"), Cassandra Wilson y la esposa del contrabajista, Ruth Cameron, muy por encima de la reina gélida Diana Krall y la soprano operística Renée Fleming.

Derrochando elegancia, el Quartet West evocaba la sensualidad de la atmósfera del film noir en los instrumentales "Sophisticated Lady", "Theme From Markham" y "Angel Face", para que nos sintiéramos los protagonistas de una historia detectivesca en blanco y negro mientras entre las volutas del humo de un cigarrillo aparecía la mujer fatal que nos llevaría a la perdición. ¿Damas sofisticadas? Sí, pero tremendamente seductoras.

Aquí podéis escuchar "Sophisticated Ladies" en su integridad. A disfrutar...

19/7/14

Lionel Ferbos, el jazzman centenario

Dos días después de cumplir 103 años, el trompetista y cantante Lionel Ferbos ha fallecido hoy. Considerado el músico de jazz más longevo en activo de Nueva Orleans, hasta hace poco estuvo sobre el escenario: su última actuación en público fue el pasado 30 de marzo.

Reconocido como un icono del jazz tradicional, Ferbos tocó en todos los locales de Nueva Orleans y sus alrededores durante décadas. Su habilidad para leer partituras lo convirtió en un músico muy solicitado para bolos en parques, escuelas, iglesias, salas de baile e incluso cárceles. Hasta el año pasado actuó en todas las ediciones del New Orleans Jazz And Heritage Festival.

Nacido en el distrito séptimo de Nueva Orleans en 1911, empezó a actuar cuando era un adolescente durante la Gran Depresión. Como sufría asma desde niño, sus padres no le dejaban tocar un instrumento de viento. Pero a los 15 años, tras ver a una orquesta femenina, se dijo que él era capaz de hacer lo mismo que una chica; se compró una vieja corneta en una tienda de empeños y empezó a tomar lecciones.

Lionel Ferbos, a los 85 años, junto a Lars Edregan.
Sus primeros trabajos profesionales fueron para bandas de jazz en locales como el Pythian Roof Garden, San Jacinto Hall y The Pelican Club. En 1932, se unió a los Captain John Handy’s Louisiana Shakers; más tarde acompañó a la cantante de blues Mamie Smith mientras tocaba con la Fats Pichon Band.

Desde 1967 formó parte de la New Orleans Ragtime Orchestra, de la que fue miembro fundador, y que grabó la banda sonora de la película "La pequeña" (1978) de Louis Malle. Además, todas las semanas actuaba en el Palm Court de Decatur Street, donde lideró la Palm Court Jazz Band durante más de dos décadas. Apegado a su familia y a su ciudad, Ferbos forjó la mayor parte de su carrera en Nueva Orleans. Aun así, hizo ocho giras por Europa con la New Orleans Ragtime Orchestra.

A pesar de su larga carrera, publicó pocos discos. Entre ellos, varios con la New Orleans Ragtime Orchestra, además de "At the Jazz Band Ball" (1987), al frente de The Creole Swingers; "5 Minutes More" (1996), con la Lars Edegran’s New Orleans Band; y "Place Of My Dreams" (2002), con Dennis Browne.

Ferbos, en una escena de la serie "Treme" junto al personaje de Antoine Batiste.
Ferbos inspiró a varios de los jóvenes intérpretes con quienes colaboró en los últimos años, como los trompetistas Irvin Mayfield y Troy Andrews, más conocido como Trombone Shorty. Recientemente se dijo que participaría en el concierto de Dr. John con el espectáculo "Homenaje a Louis Armstrong" del 17 de julio en el Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz, pero finalmente la organización del certamen lo desestimó dada la avanzada edad del trompetista. Hace un par de años también hizo un cameo en un episodio de la serie "Treme", en el que el personaje de Antoine Batiste llevaba a uno de sus jóvenes estudiantes a conocerlo por su carácter de leyenda viva.

Lionel Ferbos tuvo problemas de salud durante toda su vida. A los 50 años, su médico le dijo que no viviría mucho más… evidentemente, se equivocó.

Como despedida, una actuación de 2009 (cuando tenía 98 años) en Nueva Orleans, interpretando "When You're Smiling":

Johnny Winter, mucho mejor desenchufado


Hace un par de días (el 17 de julio) nos llegaba la noticia de la muerte del guitarrista de blues-rock de Texas Johnny Winter a los 70 años. Mi opinión sobre él es contradictoria: me gustaban sus discos, sobre todo la trilogía que grabó en Alligator –especialmente, "Third Degree" (1986), con Dr. John, que incluía, además, un par de temas acústicos interpretados con una National- y, aún más, sus dos álbumes para Pointblank –mi preferido es "Hey, Where's Your Brother?" (1992), donde incidía en su faceta de bluesman acústico-.

Sin embargo, en directo –lo vi, al menos, en dos ocasiones: como telonero de Robben Ford en el Palau d’Esports de Barcelona el 18 de mayo de 1990, y en el Festival de Blues de Cerdanyola el 8 de mayo de 1993- no me parecía lo mismo: su tendencia al heavy blues acababa por cansarme y echaba de menos esos brillantes remansos acústicos de sus últimos discos. Sinceramente, pienso que Winter pretendía satisfacer a su público, poco dado a las sutilezas, y quién sabe cómo habría reaccionado si su guitar hero sacara al escenario, de pronto, una National.

Estos sentimientos encontrados sobre el desaparecido guitarrista los expresé en su momento en la crítica de su disco "Live In NYC 97" (Pointblank, 1998), que recupero aquí en su memoria.

Albino y tatuado, Johnny Winter representa lo mejor de la tradición de la guitarra blues de Texas, siguiendo la senda iniciada por T-Bone Walker y Clarence Brown, perpetuada después por Albert Collins y Freddie King, y más recientemente por Billy Gibbons (de ZZ Top) y Stevie Ray Vaughan.

Grabado durante dos noches en el club Bottom Line, "Live In NYC 97" es el primer disco de Winter desde hace cinco años, y en él muestra su respeto y gratitud por sus héroes: Freddie King, Elmore James y Muddy Waters. El álbum es un fiel reflejo de los conciertos del guitarrista texano, donde potencia el blues de "acoso y derribo" frente a las delicias acústicas con que suele sorprender en sus grabaciones en estudio. Dotado de una voz demasiado "blanca", está claro que su fuerte es la digitación veloz de su guitarra.

En formación de trío, junto a Mark Epstein (bajo) y Tom Compton (batería), Winter pasa revista a algunos de los temas que le han hecho famoso: el poderoso instrumental de Freddie King "Hideaway"; una acerada fusión de "Sen-sa-shun" y "Got My Mojo Working" con base funk; el acelerado boogie de Frankie Lee Sims "She Likes To Boogie Real Low", donde realmente hace "cantar" a su instrumento; el slow de Ray Charles "Black Jack"; y el trepidante "Johnny Guitar" de Johnny "Guitar" Watson.

Cuando toca la slide, Winter no pierde efectividad, sino todo lo contrario: es lo que ocurre en "The Sun Is Shining" de Jimmy Reed, y en "The Sky Is Crying" de Elmore James, un tema que hizo popular otro ilustre texano, Stevie Ray Vaughan: la comparación entre ambos es inevitable, y lo que puede decirse a favor de Johnny es que su versión no es ni mejor ni peor, solo diferente. El albino también sale airoso en el rhythm’n’blues vacilón con influencias de Chuck Berry ("Just A Little Bit"), y en el funk de New Orleans ("Drop The Bomb", de Snooks Eaglin).

Según cuenta el propio Winter, "las canciones que he escogido para este disco están dedicadas a todos mis fans, que me han apoyado al venirme a ver actuar". Seguro que después de escucharlo, seguirán apoyándolo.

Aquí lo podemos ver en directo en 1979, junto a Jon Paris (bajo) y Bobby Torello (batería), interpretando "Hideaway":

10/4/14

francotirador… y a mucha honra

En el programa de anoche de ‘Alaska y Coronas’ (La 2), la cantante de Fangoria hizo un comentario con el que estoy totalmente de acuerdo: afirmaba que antes la gente publicaba fanzines donde hablaba de las cosas que le gustaban y que su equivalente actual eran los blogs. Esa reflexión me hizo recordar que hacía unos meses había escrito un post para museu del rock que, por el motivo que fuera, dejé “congelado” para publicar en el futuro. Ese día ha llegado.

El 29 de enero de 2008, hace algo más de cinco años, nacía este blog. Desde entonces he publicado un total de 330 posts (331, si contamos este). Sí, un número más bien bajo para tanto tiempo y del que no me siento especialmente orgulloso si lo comparo con la actividad de muchas bitácoras.

Pero para mantener vivo un blog (y, sobre todo, uno de estas características) se necesita algo que, en estos momentos, no me sobra precisamente: tiempo. Solo hace falta echar un vistazo al número de entradas de 2008: nada más y nada menos que 173. Si las comparamos a las solo ¡12! de 2010, es evidente que en estos años ha pasado algo. Dejando aparte la ilusión inicial cuando empiezas un proyecto de estas características, que te lleva a publicar día sí, día también, en ese lejano 2008 vivía uno de los momentos profesionales más felices, recién inaugurada mi condición de profesional autónomo, ganándome bien la vida, trabajando para varios clientes desde casa, sin horarios ni jefes, y con una gestión del tiempo mucho más eficiente que redundaba en una mayor productividad en todos los sentidos (todo el que trabaje en estas condiciones sabe a qué me refiero: la calidad de vida -al menos en cuanto a tranquilidad de espíritu- es inmejorable).

Tal vez (y digo tal vez) si este blog hubiera mantenido su planteamiento inicial de diario personal o memorias, esto me hubiera permitido publicar más asiduamente, porque un diario es sencillamente eso: transmitir ideas, pensamientos, sin más florituras… Pero pronto me dí cuenta de que eso no me bastaba, y de un período inicial durante el cual me dediqué a repasar mis experiencias profesionales (destapando los trapos sucios de algunas empresas) pasé a colgar críticas de discos y conciertos, entrevistas, listas de lo mejor del año y reportajes. Y eso, para que tenga gracia, debe hacerse utilizando todos los medios (imagen y sonido) que la red pone a nuestro alcance: no solo texto y fotos, sino también hiperenlaces y, sobre todo, audio y vídeo. No voy a descubrir nada del otro mundo si digo que todo ese trabajo requiere su tiempo…y encima intento tiendo a ser perfeccionista y a no dejar ningún cabo suelto…

Hace unos meses, cuando repasaba el blog con su nueva imagen (tras la desastrosa experiencia de probar las plantillas dinámicas de Blogger), pensé que realmente incluía contenidos que no ha publicado ninguna revista en papel ni ninguna web: aunque peque de autobombo y falta de modestia, en museu del rock se han podido leer antes que en ningún lugar artículos sobre series de culto como Californication, Perdidos, Hijos de la anarquía, True Blood y, sin ninguna duda, el artículo más profundo y más riguroso sobre Treme escrito en este país.

Eso, sin contar la incorporación de géneros periodísticos como las microcríticas de discos, los artículos más personales sobre músicos como Willy DeVille, Steve Earle o Howe Gelb, además de desenmascarar a farsantes como Ferran Monegal, Xavier Sala-Martín, Esteban Linés o Jordi Tardà. Y no querría dejar de citar extensos reportajes que solo habrás podido encontrar aquí, como los dedicados a la relación entre superhéroes y rock o a las bandas sonoras de Quentin Tarantino. Artículos que no podrían haberse publicado en ningún medio impreso ni digital por una sencilla razón: los he escrito como he querido, sin límite de extensión ni de medios (audio, vídeo…), sin que nadie me censurara ni me cambiara una coma. Creo que con mi experiencia profesional tengo el suficiente filtro de calidad y, además, qué diablos, este es mi blog y estas son mis reglas. Es el placer de escribir para uno mismo.

Y es que ya estoy harto de que la gente diga de forma despectiva: “¡Si quiere, que lo escriba en su blog!”. ¿Qué significa eso? Un momento, hay mucha calidad ahí fuera: existe una gran cantidad de blogs que publican artículos y opiniones mucho más valiosos que los que pueden leerse en la prensa “convencional”. En las últimas semanas, por ejemplo, he leido una gran cantidad de artículos sobre la serie True Detective de una profundidad y un análisis ausentes en cualquier publicación escrita. Así que ya está bien de criticar, denigrar, destrozar, vejar e insultar a los blogs. ¿A qué viene esa rabia contra los blogs? No recuerdo que en la época de los fanzines -que a) estaban muchísimo peor hechos desde un punto de vista estético y de rigor informativo; y b) su calidad era muy discutible (por no decir infame)- hubiera esa actitud tan hostil… ¿O es que, en el fondo, sus detractores envidian su libertad, su inmediatez, sus herramientas ágiles? Y lo curioso es que muchos de esos detractores empezaron, precisamente, con fanzines "de chichinabo", utilizando la terminología de Joaquín Reyes.

Por no hablar del creciente fenómeno de periodistas musicales de prestigio –Jordi Bianciotto, Ramon Súrio, Ignacio Julià, Rafa Cervera, Patricia Godes, César Luquero y un largo etcétera- que se han liado la manta a la cabeza y han creado su propio blog. ¿Qué motivos les han llevado a hacerlo? …y descartamos el económico, porque desgraciadamente es difícil obtener ganancias. ¿Cuál es entonces el valor principal: la libertad para escribir, la satisfacción personal? Es evidente que algo está pasando, y el que no quiera verlo está ciego. La proliferación de esta guerrilla de francotiradores –entre los que me incluyo- es una consecuencia directa del desprecio de las empresas por nuestro trabajo, viéndonos sometidos a sueldos miserables, por no decir insultantes, y del maltrato al que nos somete la industria, ahogada en su propio vómito, cada vez más ineficaz. ¿Qué sentido tiene la "delegación española" de un sello cuando internet te permite contactar directamente con el artista o con la oficina principal ubicada en Londres, Los Ángeles o donde sea?

Bueno, quitémonos la máscara. Solo hay algo que echo de menos con este blog: conseguir llegar a más gente, tener más lectores/seguidores porque, sinceramente –y no quisiera que se malinterpretara como una falta de modestia- creo que vale la pena y en él puedes encontrar contenidos que no podrás ver en ningún otro lugar o, al menos, con la calidad que aquí poseen. Porque esa sensación de “escribo para mí y para mis amigos” no deja de ser frustrante, sobre todo cuando tienes tantas cosas que contar y, encima, sabes contarlas tan bien. Y repito, no soy un caso único: los antes mencionados y muchos más han conseguido con sus blogs mantener un nivel de calidad que difícilmente encontrarás en otros lugares. Soy uno de esos idealistas que siguen pensando que la unión hace la fuerza (sí, ya sé que es una expresión un tanto tópica), y creo que todos los francotiradores deberíamos hacer algo.

Por último, espero que nadie interprete este post como un aviso de que tiro la toalla y cierro el museu del rock… Todo lo contrario. Recuerda el lema de este blog: “The power of words, don’t take it for granted”.

16/2/14

Prince, desmontando el mito


Escribir un libro sobre cualquier artista muerto o grupo desaparecido (léase Elvis Presley, Lou Reed, The Beatles o The Velvet Underground) tiene poco mérito y es relativamente sencillo, porque se trata de personajes que tienen un opus acabado (solo ampliado con grabaciones post-mortem, generalmente de poco valor y con voluntad sacaperras). En cambio, hacerlo sobre un músico en activo es algo mucho más complejo. Y si, además, es un músico de culo inquieto como Prince, la tarea ya puede convertirse en titánica.

A lo largo de casi quinientas páginas (más sesenta de notas y dieciséis de fotografías, bibliografía aparte), el novelista británico Matt Thorne (Bristol, 1974) intenta escribir el tratado definitivo sobre el genio de Minneapolis en “Prince” (2012; Alba Editorial, 2013). Y digo intenta porque, dada la frenética actividad del protagonista en los últimos meses, el libro queda ya desfasado a la semana de su publicación, aunque ha tardado siete años en elaborarse. Pero salvo ese problema, esta voluminosa biografía tiene más aciertos que fallos. A pesar de que el autor es un fan irredento de Prince, raramente cae en la hagiografía y tiende a ser bastante crítico con sus obras más discutibles.

“Prince” se articula sobre dos ejes básicos: las entrevistas con personas muy cercanas a nuestro héroe (y no hablamos de segundones, sino de Wendy Melvoin, Lisa Coleman, Alan Leeds, Eric Leeds, Arthur Baker y Dez Dickerson, e incluso de admiradores como Stephin Merritt y Alexis Taylor, de Hot Chip), y el análisis exhaustivo (y cuando digo exhaustivo, no exagero; a veces llega a agotar tanto detallismo) de las diversas etapas y discos (los editados y los inéditos) del artista, de sus colaboraciones y de sus pupilos (con una especial atención a sus proyectos con mujeres, desde Apollonia 6 hasta Ingrid Chavez), de su relación con el hip hop y de su carácter de pionero de la utilización de internet para distribuir su obra.

Lo mejor de todo es que Thorne, lejos de caer en la admiración del fan que se lo traga todo, tiende a la desmitificación. Por ejemplo, en el capítulo dedicado a la hazaña de las veintiuna noches de conciertos en Londres: de acuerdo, reconoce que estuvo en diecinueve de esos conciertos y en trece de los catorces shows post-bolos, pero en su pormenorizado análisis de ellos no se corta en llegar a decir que “al principio, me preocupaba acabar cada artículo diciendo que ésa había sido la mejor noche de todas; ahora, mi preocupación era que cada una de las noches que quedaban iba a ser la peor”.

No es el único mito sobre Prince que Thorne desmonta: por ejemplo, la tan cacareada colaboración con Miles Davis fue menos brillante de lo que se esperaba, los conciertos “secretos” después de los oficiales no siempre son tan espectaculares y únicos como se creía, y el material inédito que guarda a cal y canto tal vez no es tan bueno y es mejor que siga enterrado.

En cualquier caso, con esta obra los fans del autor de “Kiss” quedarán satisfechos, y los que no lo son, podrán admirar el trabajo obsesivo de un personaje que, guste o no, es uno de los artistas más importantes de la música actual. Eso sí, se habría agradecido un apéndice con la discografía completa. Y, a nivel personal, dos últimas reflexiones: una, nunca había tomado tantas notas al leer un libro como en este caso (básicamente, para volver a escuchar discos o canciones a los que no presté demasiada atención en su momento); y dos, para seguir día a día la trayectoria de Prince, más que un volumen como este, se necesita una web, y eso es lo que hacen los creadores de Princevault, la fuente de información más actualizada que puede encontrarse hoy en día sobre Prince.

1/1/14

el tecnopop chanante de Ojete Calor

Todos aquellos sin sentido del humor pueden ahorrarse leer esta crítica: Ojete Calor no es su grupo; el resto, puede seguir. Allá vamos: formado hace siete años por el actor y dibujante Carlos Areces (letras) y el actor y músico Aníbal Gómez (letras y música, mitad de Rusty Warriors), este dúo se curtió en las fiestas chanantes que montaban sus colegas Joaquín Reyes y compañía. Entre el divertimento y la performance, Ojete Calor es un paso más en la invasión audiovisual de esa mafia albaceteña que tantas alegrías nos ha proporcionado.

Ellos mismos dicen que lo suyo es el “subnopop”, y ese reconocimiento y franqueza les honra: otros, con muchas más pretensiones, se escudan tras el “soy-indie-y-todo-vale-aunque-sea-una-puta-mierda”. Más allá de la anécdota, “Delayed!” (Ojete Calor-Universal, 2013) acumula en su sonido (y en su estética) influencias que incluyen a Fangoria, Nancys Rubias, Almodóvar & McNamara, Sigue Sigue Sputnik, Manos de Topo (cuando se pone más anormal, Areces suena como su cantante), Chimo Bayo, Pet Shop Boys, Prince, Rammstein, Kraftwerk, Parade (la afición por la ciencia ficción), Chico y Chica, Los Ganglios e Hidrogenesse.

Si a ello le sumamos sus referentes a la cultura pop entendida en el sentido más amplio (cine, televisión y cómic, pero también prensa del corazón), sus letras absurdas y sus juegos de palabras (“11-S y 11 aquel” o “Y ahora, un Han Solo de piano”), tenemos un producto muy digno, con hits irresistibles de la categoría de “Ojete Calor” (una declaración de intenciones de lo que les gusta), "0’60" (un repaso a las frases tópicas, del tipo “el rey es campechano” o “la dieta mediterránea es la más sana”), “Cuidado con el cyborg (Corre, Sarah Connor)” (basado en la saga “Terminator”) o “Política” (con un sample de José Luis Rodríguez Zapatero, usando de forma creativa las palabras “largo” y “duro”).

De la base musical se encargan dos miembros del grupo Chucho, Javier Fernández (también en Putilatex) y Miguel Ángel Gascón, elaborando un tecnopop bailable que a veces se arrima al rap (“Me queda bien lo que me pongo”, escrita “en solidaridad con Ana Torroja, cansada de hacer de hombre en tantas canciones”), al electro (“Fin de curso”, un tema de Insulina y las Ponny Girls, otro proyecto anterior de Aníbal), al reggaetón (“Musicote including Paraíso”), al house (“Viva el progreso”), al funk (“Tradiciones americanas”) y al pop de la movida (“Ultrapreñada”, también de Insulina), para culminar con la versión de “Rigodón” (sintonía de la serie de dibujos “La vuelta al mundo de Willy Fog”). Demostrado empíricamente: “Delayed!” es la banda sonora ideal para un viaje en coche a Beniyork… perdón, Benidorm.

Para comprobarlo, aquí está uno de sus grandes éxitos, "0'60":