A propósito del cierre de la tienda CD.Drome, los apocalípticos de siempre se han llevado las manos a la cabeza y han enarbolado una nueva bandera: culpar de todos los males habidos y por haber a la (supuesta) gratuidad de internet y a la tendencia de la gente de no valorar los productos culturales. Una manera más eufemística y “fina” de decir que, como siempre, la culpa es de la piratería, de los peligrosos delincuentes que se descargan discos desde sus guaridas.
No nos equivoquemos: el cierre de esta y otras tiendas se debe a algo tan simple como la ley de la oferta y la demanda, así de claro. Para que mi argumentación se entienda mejor recurriré a mi experiencia personal, narrando mis vivencias como aficionado a la música a lo largo de varias décadas. Y aunque parezca un dinosaurio, me remontaré a la época anterior al euro.
Para muchos tal vez supondrá una exageración, pero debo confesar que en esos años yo podía gastarme tranquilamente, y sin ningún remordimiento, un mínimo de cincuenta mil pesetas del ala al mes en CDs (algunas veces, incluso podía invertir esa cantidad en un mismo día). Naturalmente, acudía a las tiendas del ramo (de importación, básicamente) para agenciarme con ese material. En esa era pre-internet, muchos se preguntarán cómo descubría a los artistas: muy sencillo, a través de la radio (Radio 3, por supuesto), de publicaciones nacionales (Ruta 66, Rock Espezial, Rockdelux) e internacionales (New Musical Express, Melody Maker, Vibe…) y, por supuesto, muchas veces apostando por valores desconocidos, guiándome únicamente por mi sexto sentido para encontrar talentos escondidos.
Con la implantación de la moneda única, mi poder adquisitivo (y el de todos los españoles) bajó considerablemente. Si a esto le añadimos el aumento de los precios en general y el descenso de los sueldos, se hizo evidente que no podía seguir con el mismo ritmo de compra de CDs, y que se imponía un criterio más racional y selectivo. Seguía acudiendo a las mismas tiendas y, pese a la supuesta globalización de los mercados, me encontraba con la misma dificultad que años atrás a la hora de encontrar determinadas referencias (de importación). No entendía ese desfase entre las tiendas del ramo y la actualidad imperante.
Pero llegó internet, y ahí cambió mi vida… y la de toda la gente que sabe utilizarlo correctamente, como una herramienta y no como un cagadero donde vomitar sus miserias. Y empecé a descubrir tiendas como Amazon. En esos momentos en que, por encima de todo, primaba mi economía, la solución era evidente. Además, estaba harto de que se repitiera la misma escena cuando iba a cualquier tienda de discos: yo acudía todo ilusionado con mi pequeña lista de CDs escrita en un papel doblado, pongamos unos diez, y después de pasarme tranquilamente una hora en la tienda, solo encontraba dos de esos discos, y a unos precios desorbitados. Claro está, siempre te ofrecían la posibilidad de pedirte los que faltaban… para traértelos diez días después, y a precios igualmente desorbitados.
Y así fue cómo empecé a dejar de pisar las tiendas físicas y me hice asiduo de las digitales. Pero no solo eso: también descubrí que podía comprar directamente a los sellos o a los propios artistas, a precios considerablemente más bajos, y con un plazo de entrega más corto. ¿Por qué pagar 18 o 20 euros por un disco en una tienda si lo puedes conseguir por 10 o 12 en internet (y en algunos casos, incluso sin gastos de envío, como en Play.com)? Creo que hacer lo contrario sería de tontos. Y por cierto, ¿dónde está la supuesta gratuidad en ese hecho? Nadie me está regalando nada. Yo solo veo la simple ley de la oferta y la demanda, la ley del mercado pura y dura, el no saber adaptarse a los tiempos.
Claro, siempre saldrán los nostálgicos que te dirán que echan de menos ir a una tienda, hablar con el dependiente, dejar que te aconseje, etc. etc. Todo eso está muy bien, pero solo para la gente con poco criterio o que prefiere que sean otros los que dicten sus gustos. Esto es lo que eleva a simples tiendas en templos de la modernidad (mal entendida), en forjadores de (efímeras) modas, en creadores de hypes sin fundamento. Pondré un ejemplo para que se entienda: me gusta el vino, pero no soy un experto. Por eso, nunca se me ocurrirá comprar vino por internet, sino que iré a mi bodega de siempre para que me aconsejen. Pero si hablamos de música, tengo muy claro lo que quiero y no necesito un intermediario que solo encarece el producto.
Estamos de acuerdo en que el sector cultural pasa por malos momentos, pero no son muy distintos a los que puede pasar el sector hostelero, por ejemplo. Porque ¿cuántos bares y restaurantes han tenido que cerrar o han visto mermadas sus ganancias desde que la gente ha descubierto que le resulta más barato traerse la comida de casa en una fiambrera que ir a comer de menú cada día, o desde que ha optado por comprarse su alcohol en el súper para consumirlo en su casa o directamente en la calle? Pero el sector cultural siempre adolece de victimismo, y por eso cuando se cierra una tienda de discos o una librería la repercusión es más sonada.
Pero no nos engañemos: lo que está pasando es normal, y es un síntoma más de la pobreza cultural de la sociedad española en particular y mundial en general. Es decir, en tiempos de recesión económica, en los que la gente mira con lupa su dinero, ¿de qué prescinde antes? De lo que considera superfluo: la cultura en todas sus acepciones, porque el consumo cultural aquí siempre ha sido y será algo de segunda categoría. Así, deja de comprar discos, libros y periódicos, porque prefiere gastar su dinero en ropa, vacaciones, coches o entradas de fútbol. En definitiva, busca la evasión fácil. Desde que oigo la palabra crisis, no he visto a los operadores de agencias de viajes quejarse por un descenso en los ingresos: en las fechas señaladas, los aeropuertos siguen estando llenos.
Volviendo a la música, además se produce el fenómeno de lo que yo llamaría “come todo lo que quieras”, como esos restaurantes en los que por un mismo precio puedes probarlo todo y repetir cuantas veces quieras. Esa banalización del consumo musical la han originado los grandes festivales, que te permiten verlo todo y no quedarte con nada, eso sí, siempre con una selección mediatizada para que te lo tragues sin rechistar: otra forma de imponerte tus gustos, de decirte lo que debes escuchar… aunque tenga una fecha de caducidad escasa. Los “aficionados” a la música que quedan prefieren gastarse su dinero en un abono para uno de esos festivales que en comprar discos. Repito otra vez: ¿dónde está aquí la gratuidad de la cultura como causante del cierre de tiendas?
Me permito acabar de nuevo contando mi experiencia: desde hace tres o cuatro años, ya ni siquiera compro por internet, porque mi única lucha (como la de otros muchos) es llegar a fin de mes. Cuando miro hacia atrás y pienso el dinero que me he llegado a gastar en CDs, pagados muy por encima de su precio real, me siento absolutamente legitimado para descargarme gratis lo que quiera en lo que me queda de vida… pero eso ya es otra historia.
Muchos se preguntarán si lamento el cierre de CD.Drome… bueno, sí, pero de la misma manera que lamentaría el cierre del bar de la esquina o del quiosco de enfrente. No le doy más importancia de la que tiene, simplemente.
6 comentaris:
Un análisis muy lúcido, sí señor. A vesces somos víctimas del mal de la mujer de Lot, miramos hacia atrás perdiendo la perspectiva y acabamos como estatuas de sal.
Manolo Poy
Hace tiempo que la cultura dejo de residir exclusivamente en museos, teatros, auditorios, óperas, galerías... afortunadamente. Hay que liberalizar la cultura. Y en cuanto al CD... yo también he comprado cientos, y ahora los vendería todos a 1 euro. Un archivo digital (algo no material, que no se puede tocar, casi inexistente) dentro de un trozo de plástico? lo prefiero en un disco duro, on-line y gratis. A.V.
La primera parte del denominado análisis lúcido lo encuentro..... Razonable, lógico... De hecho, le doy la razón... Utilizar la compra por internet... Bien...
Pero reconozco que encuentro bastante ofensivo que llame "aficionados" a la gente que va a festivales... Vaya por los motivos que vaya... De hecho, los artistas, incluso los que le gustan al autor de tan iluminador artículo, donde se ganan realmente la vida, es haciendo conciertos y no vendiendo discos....
Por esa misma razón, al autor del razonable y brillante artículo, le recomendaría que se pusiese unas comillas y se aficionase a ir a conciertos y festivales... Sus grupos favoritos se lo agradecerán.
Saludos cordiales.
el hecho de llamarlos "aficionados", así entre comillas, no es en absoluto despectivo. no es en el sentido de los viejos de "vaya semanita" que visitan las obras y exclaman "Aficionados, que sois unos aficionados". estaba empleado refirièndose a la primera acepción de la RAE, "Que siente afición por alguna actividad", y no a la segunda, que se usa en sentido despectivo: "Que cultiva o practica, sin ser profesional, un arte, oficio, ciencia, deporte, etc". de tus palabras (y del hecho de no firmar como suele hacer la gente en sus comentarios y de esconderse en el anonimato) podría deducir que eres alguien del negocio y que te dedicas a montar conciertos o festivales...
Un comentari a l'apartat que dius que en temps de crisi la gent opta per l'evasió fàcil. No és cert que no hagi minvat la demanda del que tu en dius "evasió fàcil". Però és igual, et volia discutir aquest concepte d'evasió fàcil, que crec que no és encertat. Per mi i per molta gent pot ser més difícil veure un partit de futbol o fer un creuer que llegir un llibre o escoltar una òpera.
Basicament, la cultura el que fa és ampliar-te les teves possibilitats d'oci. Res més. Un parsona culta pot disfrutar igualment del Barça que del Bergman.
I la veritat és que la cultura si t'ho curres una mica,ara i aquí, et pot resultar si no gratuita, gairebé. No pas qualsevol, però si molta. Una persona culta pot estar aturada i no avorrir-se mai.
Después de la editorial de Santi Carrillo de este mes ten cuidado a ver si te vas a quedar con menos sueldo aún xD
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