Es uno de los legendarios
supervivientes del blues, y a pesar de su avanzada edad no deja de actuar por
los escenarios de todo el mundo. Hoy hace 87 años, el 16 de septiembre de 1925,
nacía en una pequeña cabaña en una plantación de algodón de Berclair (Mississippi)
Riley B. King, más conocido como B.B. King. Para celebrarlo, recordamos la
crítica de uno de sus discos más curiosos, el que lo juntó (no siempre con
buenos resultados) con colaboradores de todo pelaje, Deuces Wild (MCA, 1997).
A estas alturas de la
película, a B.B.King le queda poco por demostrar: nadie discute su corona de
"rey del blues", y se ha convertido en un personaje entrañable y
mimado por crítica y público. En su incansable intento por dejar claro que
"quien tuvo, retuvo", y tal vez para dar a conocer su legado a las nuevas
generaciones, se enmarca Deuces Wild, posiblemente su disco más comercial, a
tenor de la campaña publicitaria que ha desencadenado.
La idea es sencilla:
reunirse con artistas de diversos estilos, del funk al country, del pop al rap,
para reconstruir algunas de las canciones más conocidas de su repertorio. En
este conglomerado de estrellas, algunas solo merecen un aprobado justo: la
sobrevalorada Tracy Chapman, empequeñecida por el vozarrón de King en The
Thrill Is Gone; el ubicuo Eric Clapton, a quien delata su voz insultantemente
blanca y británica en Rock Me Baby; la impersonal Dionne Warwick en Hummingbird;
o el quemado Joe Cocker en Dangerous Mood.
Otros invitados rozan
el notable, como Mick Hucknall (Simply Red) en ese baladón Please Send Me
Someone To Love; la siempre brillante Bonnie Raitt en el soulero Baby I Love
You; el pianista Jools Holland en el vibrante Pauly's Birthday Boogie; el
normalmente insulso Paul Carrack logra salvar esa joya soulera de Sam Cooke
Bring It Home To Me; los Rolling Stones devuelven su expolio a la música negra
en Paying The Cost To Be The Boss; el histriónico Zucchero imita la voz del
maestro en el elegante Let The Good Times Roll; el parlanchín Heavy D une rap y
blues en Keep It Coming; y las estrellas del country Marty Stuart (en el trepidante
Confessin' The Blues) y Willie Nelson (en Night Life).
Para el final, las
matrículas de honor: Van Morrison recrea su If You Love Me de forma magistral
(pese a esa sección de cuerdas); D'Angelo llena de sensualidad Ain't Nobody
Home, con su voz entre lo arenoso y el falsete; y Dr. John lleva su tratamiento
funky a There Must Be A Better World Somewhere.
Sin llegar a la
calidad de su Blues Summit (1993), donde se reunió con figuras contemporáneas
del género, King ha dado un paso más para ascender al olimpo de los dioses del
blues.
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